jueves, 29 de mayo de 2008

El chivato

Érase una vez un Juzgado de lo Penal. En el banquillo de los acusados, permanecía quieto como una estatua. No paraba de repetírselo una y otra vez dentro de su cabeza. "¿qué hago aquí? Yo soy la víctima. Con esas faldas y ese escote, no hacía mas que provocarme" La culpa la tiene ese maldito trepa, que es un chivato."
Por la otra parte, tan solo estaba la fiscal. Era una causa de oficio, puesto que la acusación particular se había retirado, al desdecirse los testigos propuestos por la ex-empleada "contrariada". La fiscal trataba de recomponer la acusación en base al supuesto chantaje al que durante años había estado el acusado sometiendo a la víctima. Años intentando acostarse con ella, tratando de satisfacer sus más bajos instintos con una de sus empleadas, olvidando por completo la familia de 3 niñas y esposa que pacientemente le esperaban en casa.
Pero él era un buen padre-se decía el acusado- y tan solo quería hacer lo que hace todo el mundo: echar una canita al aire.
Su víctima, de mediana edad, harta ya de los abusos, los toqueteos, de que su jefe quisiera subirla el sueldo si ella se bajaba la falda, de pasar de ser la directora de recursos humanos a terminar en la conserjería sentada y sin mesa, por fin había decidido poner fin a esta tortura psicológica.
Había hablado con muchos de sus compañeros de trabajo de lo que la sucedía; por desgracia, no era la única "afortunada" a quién el jefe quería subir el sueldo a cambio de "trabajitos extra". Más de una chica había tenido que abandonar la empresa, al no querer someterse a los perversos deseos de su jefe. Finalmente, la mayoría de los colegas había sido testigo directo de los toqueteos y las insinuaciones más marranas.
Consiguió que el director de ventas declarara en su favor. Había trabado una especie de amistad-si es que en el mundo laboral pueden surgir estas cosas-con él, como consecuencia de las múltiples entrevistas de candidatas a ocupar las sucesivas vacantes que la lujuria de su jefe provocaba.
Él se lo había pensado mucho. "No le gustaba ser un chivato", le decía a ella. Y sin embargo, testificó en su favor durante el período de instrucción. Por eso, ella nunca comprendió por qué se echó atras cuando estuvo delante del juez. Nunca.
Para entender lo sucedido con el Director de Ventas, tenemos que remontarnos a su más tierna infancia. Cuando era pequeñito, siempre le quitaban los juguetes. sus hermanos, sus primos, nunca le dejaban nada. Él, como fue el último en llegar, siempre quería estar a la altura de todos; pero éstos, al verle tan pequeño, lo despreciaban. Al final siempre acababa diciendoselo a su madre o a su padre, que claro, con la educación "a la antigua" no hacían más que repetirle "eso no se hace, acusica. Eres un chivato"
Al llegar al colegio, las cosas no cambiaron a mejor. Tímido, debilucho, pálido y con esas gafas, era el foco de todas las burlas de los demás. Las más tardes llevaba los ojos morados a casa por haber estado hablando con los profesores sobre lo "bien" que le caía a los otros niños de clase. Nuevamente, el mantra "es que eres un chivato. Te está bien empleado"
Con la edad solo se incrementó la fuerza de los golpes. Al ser un adolescente, ya no era un simple juego de niños por pegarse por una pelota. Esta vez eran cosas tan serias como decirle al profesor quién fumaba en los lavabos de chicos, sopena de castigar a toda la clase. Él sentía que lo correcto era no cargar con las culpas de otro. Que el responsable de los malos actos debía serlo hasta el final, y que no podía diluirse la culpabilidad camuflada de camaradería o de amistad.
Habían sido demasidos años escuchando la misma canción "eres un chivato" y sufriendo las consecuencias de "ser un chivato".
Por eso, cuando el juez le preguntó si había visto al jefe propasarse con la ex-compañera, dijo rotundamente:" NO"
Hay que acabar con la cultura del chivato. Nuestra generación, la de padres treintañeros como la ministra de defensa, somos los que tenemos el reto de acabar con esta ignominia moral que existe con la confusión entre lo que está bien y lo que algunos quieren que se considere como bien.
Se consiguió erradicar la peste, y aquello era mucho más difícil. Esto está en nuestras manos. Sólo.

1 comentario:

Julio dijo...

Creo que este tema ya lo hemos hablado otras veces. Sabes que pienso que más que educar en la acusación, hay que hacerlo en la responsabilidad sobre nuestros actos. Fomentar la madurez emocional para asumir lo que hacemos, tanto si somos "los malos", como "los chivatos" y no protegernos constantemente echando balones fuera.
La mayor presión, la que nos hace actuar como no queremos, es la presión de nuestra propia conciencia, más que la presión social. Porque, en circunstancias normales, nuestros actos también reciben apoyos incondicionales y de mayor valor emocional que las censuras. Solo debemos ser capaces de valorarlos.
Debemos preocuparnos de lo que hacemos nosotros y de nuestra conciencia más que en los actos o las conciencias de los demás.
Sabiduría popular: "a lo hecho, pecho".
Saludos.