Recibió alegre
la notificación oficial con el sello de
la cámara, invitándole a celebrar la reunión tras una comida en los lujosos
salones de la cámara. Contento, rebuscó entre sus ropas, recordando que una
vez, su abuelo apareció en una fotografía de esas amarillentas con un traje y
corbata junto con el gobernador civil. Pensó que si su abuelo pudo, él también
podría.
Ansioso, subió
al tren de cercanías que lo llevó hasta la misma cámara autonómica. Era un
barrio obrero, como el suyo, y realmente parecía que no había salido de él
cuando miraba a su alrededor. Dirigió sus pasos hacia la puerta, mostró su
identificación y franqueó el acceso. Le estaba esperando un ujier, que lo observó
de arriba abajo, extrañado de ver un traje tan lustroso y con ese extraño olor
a naftalina. Lentamente fue conducido al salón comedor, guiado por una moqueta
roja y alumbrado por las luces de diseño que antorchan la galería de retratos.
Al entrar al
salón enseguida reconoció a su viejo amigo: estaba tan alto como siempre, y
algo grueso, probablemente motivado por la falta de ejercicio y el exceso de
comida. Se acercó a él con la esperanza de saludarlo con un abrazo pero él
tendió su mano y secamente indicó
-”Buenas
tardes, D. Jacinto”
-“Coño,
Julián, ¿no te acuerdas de mí?”
-“Siéntese, D.
Jacinto”
En aquel
instante, supo que la amistad que les unió no serviría para nada. Tomó asiento
y comenzaron a degustar el aperitivo: caviar iraní-es el que ponen a diario- y foie
gras de Estrasburgo, regados con el vino de la casa: Viña Tondonia 2001.
-“¿Qué le trae
por aquí?” Comenzó a explicarle todos sus problemas; cómo la empresa para la
que trabajaba se había visto perjudicada por la adjudicación a otra-con conocidas
influencias con el consejero de Obras Públicas- y que como consecuencia de esta
pérdida, habían comenzado a despedir empleados hasta el cierre total de la
empresa;
paralelamente, su matrimonio se fue a pique, como tantos de entre las amistades de su generación; esto le había costado además de dinero, salud; recientemente había sido diagnosticado con una de esas llamadas enfermedad rara; de esas que provocan que la Sanidad Pública no se haga cargo del paciente como consecuencia de la gestión de los políticos, que prefieren recortar en Sanidad para aumentar en propaganda;
cómo había consumido los pocos ahorros fruto de una vida de trabajo-ya peinaba un cabello dorado por 55 años de canas-en tratarse la enfermedad rara, en pasar la pensión a sus dos maravillosos hijos y en pagar las pocas letras que pudo de su piso; cómo había intentado por todos los medios encontrar un trabajo, incluso aceptando que debería cobrar menos de 1.000€ al mes y pese a ello, no había sido capaz de que nadie le contratara, porque era demasiado mayor para el puesto;
Y ahora, cuando estaba a punto de ser desahuciado, veía ante sus ojos la posibilidad de que el voto de su otrora amigo evitara la aprobación de una ley que no recogía la dación en pago frente a las hipotecas. Y que por ello recurría a él, quemaba sus últimos 40 céntimos en intentar convencerle, aunque fuera por la compasión, en que podía y debía no permitir la aprobación de aquella ley.
paralelamente, su matrimonio se fue a pique, como tantos de entre las amistades de su generación; esto le había costado además de dinero, salud; recientemente había sido diagnosticado con una de esas llamadas enfermedad rara; de esas que provocan que la Sanidad Pública no se haga cargo del paciente como consecuencia de la gestión de los políticos, que prefieren recortar en Sanidad para aumentar en propaganda;
cómo había consumido los pocos ahorros fruto de una vida de trabajo-ya peinaba un cabello dorado por 55 años de canas-en tratarse la enfermedad rara, en pasar la pensión a sus dos maravillosos hijos y en pagar las pocas letras que pudo de su piso; cómo había intentado por todos los medios encontrar un trabajo, incluso aceptando que debería cobrar menos de 1.000€ al mes y pese a ello, no había sido capaz de que nadie le contratara, porque era demasiado mayor para el puesto;
Y ahora, cuando estaba a punto de ser desahuciado, veía ante sus ojos la posibilidad de que el voto de su otrora amigo evitara la aprobación de una ley que no recogía la dación en pago frente a las hipotecas. Y que por ello recurría a él, quemaba sus últimos 40 céntimos en intentar convencerle, aunque fuera por la compasión, en que podía y debía no permitir la aprobación de aquella ley.
Con la misma
sonrisa que una esfinge, el diputado se levantó. Estrechó la mano de D. Jacinto
y le musitó
-“Veré lo que
puedo hacer”
-“Gracias”
-“D. Jacinto,
espere”- Indicó su viejo amigo, el diputado.
-“¿qué sucede?”-resolvió
girándose sorprendido.
-“Debe pagar
su menú. No quiero que luego vaya diciendo por ahí que intento comprar su voto,
o que es amigo mío. Eso sería tráfico de influencias. Y no me lo puedo
permitir”
-“He gastado
mis últimos 40 céntimos en venir a verte”
-“Entonces, lo
siento. No hay nada que pueda hacer por usted”
D. Jacinto fue
conducido por la Guardia Civil al calabozo de la cámara en espera de ser
trasladado al juzgado. Pero esto no pudo ser. A la mañana siguiente, amaneció
muerto. No había signos de violencia ni rastros de productos tóxicos en su
sangre. Simplemente, se había rendido.
La reputación del diputado podría estar
tranquila: nadie podría decir de él que compraba el voto a sus amigos. Y el
partido, satisfecho porque ningún diputado había roto la disciplina de voto: la
ley que no recogía la dación en pago había sido aprobada…