Siempre había querido tener el mando de un crucero estelar. Desde pequeña, toda su vida se había encaminado firmemente por la carrera espacial. En su familia, la vida explorando había sido una constante desde hacía más de 3 siglos.
Desde que en el siglo XIX su tatarabuelo, duque de Ahumada fundara el Benemérito Cuerpo, pasado por su abuelo, Teniente Coronel del cuerpo de exploradores del Ejército de Tierra, y luego su padre, primer hombre en pisar suelo marciano y finalmente su hermano mayor, ingeniero inventor del motor gravito-magnético-capaz de generar un vacío gravitacional alrededor de los vehículos y gracias a ello, impulsarlos a velocidades mayores que las de la luz-quedaba claro que la exploración no podía ser definida sin ellos.
Por eso, aquel día estaba radiante. Su traje de gala le quedaba como un guante hecho a medida, y su pelo castaño y liso brillaba casi tanto como el viejo sol terrestre. Cuando recogió el sobre de instrucciones, apenas pudo oír el sonido del transporte, que la llevaría a su crucero estelar “Aquiles”.
Tenía claro por donde iba a empezar su exploración. Sabía, por las enseñanzas familiares, que en la vieja Tierra usaban un sistema de comunicación a distancia rudimentario, pero eficaz cuando un pulso electromagnético procedente de una explosión nuclear había aniquilado todo tipo de tecnología. Este viejo sistema era conocido como MORSE-por que así se apellidaba quien lo inventó-de modo que iría allí y trataría de conseguir un equipo completo en alguno de los museos existentes en la Congregación de Naciones.
Una vez conseguido, pondría su nave rumbo a la cercana galaxia de Andrómeda. Tenía que ayudar a aquella raza de seres que habían descubierto en su anterior misión. La explosión de su cercano sol había destruido prácticamente todo vestigio de su raza. Las máquinas que antaño les sirvieron para establecer el primer contacto, ahora solo eran chatarra. Tenía la esperanza de que el viejo MORSE le ayudara a encontrar supervivientes. Y el reloj corría en su contra.
Cuando por fin encontró el único núcleo de seres vivos, apenas le quedaba oxígeno en su traje protector. Tan solo había espacio para 20 en el transporte, y no tendrían una segunda oportunidad de volver, pues el resto del antiguo sol crecía a pasos agigantados amenazando con tragarse el planeta. Asi se portaban las estrellas cuando acababa su ciclo: llevándose consigo todo cuanto podían.
Una angustia invadió su cuerpo cuando el reloj de alarma se encendió con ese color morado tan temido: el agujero negro estaba a menos de 300.000 kilómetros de su posición. Esto significaba el fin en menos de 1 segundo.
Sin embargo, cuando despertó, el dinosaurio aún seguía allí.
Desde que en el siglo XIX su tatarabuelo, duque de Ahumada fundara el Benemérito Cuerpo, pasado por su abuelo, Teniente Coronel del cuerpo de exploradores del Ejército de Tierra, y luego su padre, primer hombre en pisar suelo marciano y finalmente su hermano mayor, ingeniero inventor del motor gravito-magnético-capaz de generar un vacío gravitacional alrededor de los vehículos y gracias a ello, impulsarlos a velocidades mayores que las de la luz-quedaba claro que la exploración no podía ser definida sin ellos.
Por eso, aquel día estaba radiante. Su traje de gala le quedaba como un guante hecho a medida, y su pelo castaño y liso brillaba casi tanto como el viejo sol terrestre. Cuando recogió el sobre de instrucciones, apenas pudo oír el sonido del transporte, que la llevaría a su crucero estelar “Aquiles”.
Tenía claro por donde iba a empezar su exploración. Sabía, por las enseñanzas familiares, que en la vieja Tierra usaban un sistema de comunicación a distancia rudimentario, pero eficaz cuando un pulso electromagnético procedente de una explosión nuclear había aniquilado todo tipo de tecnología. Este viejo sistema era conocido como MORSE-por que así se apellidaba quien lo inventó-de modo que iría allí y trataría de conseguir un equipo completo en alguno de los museos existentes en la Congregación de Naciones.
Una vez conseguido, pondría su nave rumbo a la cercana galaxia de Andrómeda. Tenía que ayudar a aquella raza de seres que habían descubierto en su anterior misión. La explosión de su cercano sol había destruido prácticamente todo vestigio de su raza. Las máquinas que antaño les sirvieron para establecer el primer contacto, ahora solo eran chatarra. Tenía la esperanza de que el viejo MORSE le ayudara a encontrar supervivientes. Y el reloj corría en su contra.
Cuando por fin encontró el único núcleo de seres vivos, apenas le quedaba oxígeno en su traje protector. Tan solo había espacio para 20 en el transporte, y no tendrían una segunda oportunidad de volver, pues el resto del antiguo sol crecía a pasos agigantados amenazando con tragarse el planeta. Asi se portaban las estrellas cuando acababa su ciclo: llevándose consigo todo cuanto podían.
Una angustia invadió su cuerpo cuando el reloj de alarma se encendió con ese color morado tan temido: el agujero negro estaba a menos de 300.000 kilómetros de su posición. Esto significaba el fin en menos de 1 segundo.
Sin embargo, cuando despertó, el dinosaurio aún seguía allí.
1 comentario:
Espero impaciente tu siguiente post...
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